jueves, 29 de abril de 2010
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- Creo que tiene un sistema de scoring... ¡Pero es inversamente proporcional a la calidad humana! Igual, fijate que Gandhi andaba en bolas y nunca se resfrió. Quizás con un pulover hubiese sido otra cosa. No te digo que rebotaban las balas pero... Más rápido que una locomotora por lo menos.
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martes, 27 de abril de 2010
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miércoles, 21 de abril de 2010
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Bien, eran las tres de la mañana, y no había mucho por hacer. El cuadro se conformaba de tres personas: Hernán, un chico alto, charlatán y fumador. Fumaba mucho y sabía sacarle formas al humo de sus Marlboro. Los anillos eran su especialidad. Hablaba y hablaba. Le gustaba hablar, de él generalmente, de sus conquistas amorosas. Tenia bien ganado el respeto del grupo de amigos que esa noche no estaba. Yo lo respetaba porque sabía hacer aros de humo.
Diego, el alegre Diego. Siempre ahí para levantarte el ánimo, a veces ermitaño, perdido. Bohemio, amante del jazz. Comprador compulsivo de discos de Miles Davis y Ellington. Vivía en la atemporalidad, fuera de toda línea cronológica común al resto. Su casa era linda y elegante; lo representaba bien. Ah, siempre olía bien. Nunca le pregunté que perfume usaba, no sé a que olía.
Y por último, yo.
El lugar era un barcito, en una calle perdida de Devoto. Ninguno de los tres había estado antes allí, en ese bar, pero tenía todo lo que queríamos: cerveza fría y pool. Suficiente excusa como para ocupar sillas, reír y compartir cosas. Nada del otro mundo, como dije, una noche cualquiera de diversión plana.
Nunca tuve bien en claro cómo ser ante la gente. Eso debe de ser porque nunca supe bien quien era. Yo sabía quienes eran ellos. Los quería, eran amigos, y aunque nunca se los supe decir, sabía que ellos lo notaban. Y ahí estábamos: los anillos de humo, Miles Davis, las risas y la maldita bola ocho que se empeñaba en caer antes de tiempo.
Ronda de cervezas. Una, dos, tres, cuatro, otra?, cinco, seis, cuanta plata tenemos?, siente, ocho, risas, basta.
A los tumbos, y con el alcohol a cuestas nos levantamos. “Chau”.
La calle estaba más oscura que la última vez que la había visto...
“Y ahora?”
“Qué? A caminar.”
lunes, 19 de abril de 2010
12
-Un par de semanas. Habia vuelto con el novio, pero empezó a pegarle y se lo espanté para que no vuelva más. Tuve que sacar el fierro.
-¿Clint Eastwood o Charles Bronson?
-No... No... Cero violencia (se rie).
-Y ahora jugás al golf todos los días...
-Pero ya estoy viejo... Ahora me duele la cintura y no doy más. Le dije que me lavara unos platos pero me dice "no, Nacho, yo soy prostituta".
jueves, 15 de abril de 2010
11
Sin poner a prueba a la otra persona, sin segunda intención, sin pensar si era demasiado pronto, sin miedo.
Pensaba que es algo muy natural entender la inocencia como un defecto. Equipararla semanticamente con la estupidez. Lo único que les da la razón a las personas que piensan así es una especie de pacto implícito de toda la sociedad en donde otra persona te lastima y sos un idiota por permitírselo.
Terminás creyendo que sos un idiota y el dolor se transforma en rencor. Y a veces no es tan fácil hacer el ojo por ojo a la persona que te lo causó, así que te vas a desquitar con la próxima. Ella lo hará con el siguiente.
A todo este proceso insistimos, a veces, en llamarle histeria. Digamoslo claro: nos comportamos como bastardos.
Y sin querer queriendo entramos en este juego. Todos sabemos que no está bueno, que es una cagada, que de repente es complicado querer a una persona y se dificulta mucho a la hora de expresarlo! De repente dudamos y sentir se transforma en un fastidio y nadie se quiere comprometer. Algunos ahogan las penas en alcohol, otros en otro tipo de fraude menos exagerado, más obvio.
Vamos a hacer cualquier cosa para que la otra persona se dé cuenta, excepto decir "te quiero". Que terrible error! (sarcasmo).
Que terrible error.