martes, 15 de junio de 2010

30

Iba mirando a través de la ventanilla del colectivo y pensé que así se habían ido muchas horas de mi vida. ¿Y qué miraba?, ¿Qué miro?. Nada en particular, a veces la marea de tráfico acompaña, otras contradice la dirección del transporte. Siempre es el mismo fondo, aunque a veces cambia un cartel, aparece una obra en construcción o pienso en ese lugar dónde ya no está el lugar que conocí, como esa casa de videojuegos donde iba a matar el tiempo los sábados, cuando iba a buscar mi subscripción de historietas con Gabriel, mi amigo.
Era una fija tomar el 60, bajarse en Cabildo y Juramento y caminar dos cuadras por Juramento hasta Amenabar, quizás visitar a su madre y abuelas que vivian a un par de cuadras más. O revisar las bateas, charlas con el vendedor e irse con bolsas cargadas de revistas, historias en cuadritos.
Volviamos a salir a Cabildo y poco antes de llegar a Monroe estaba el local que manejaba una familia de judíos que durante los 90s prosperó y llegó a tener el local atiborrado de los más nuevos juegos del momento. Un Virtual Striker, un Marvel Vs Capcom 2, el último King of Fighters. Viciabamos y gastábamos todo el dinero que pudieramos llevar excepto el peso con veinticinco centavos necesarios para volver a casa.
La preocupación del día era llegar al jefe final y ganarle. O que el chico que te pedía jugar contra vos no se supiera todos los combos, te destrozara y cortara el juego por la mitad. A la vista de muchos, bordeaba la humillación. La venganza tenía forma de cospel a precio de veinticinco centavos.
A veces me cansa pensar. Todo el tiempo. A veces pensando me paso de parada de colectivo y termino caminando de regreso un buen tranco. Jamás me molestó la lluvia pero sí me he cansado de mi diálogo interno.
No sabía que Naruto era un ninja adolescente.

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