martes, 4 de mayo de 2010

18

El sol imponía respeto entre las nubes y ella era feliz, no porque tuviera todo lo que necesitase (aunque fuera así), sino porque sencillamente era feliz, sin explicación alguna para su condición. Simplemente feliz. Naturalmente no pensaba en las causas de su felicidad, al fin y al cabo se dirigía a la plaza donde comía todos los días. Mantenía los ojos bien abiertos, atenta a los movimientos de la gente, como era su costumbre. El agua de la fuente, situada en el centro de la plaza, prometía frescura. El lugar era hermoso. El pasto verde y virgen, no estaba pisoteado ni albergaba basura. Para ella, que había recorrido tantas plazas eso era una singularidad de la cual disfrutaba sin miedo a empacharse. Estaba algo impaciente, él todavía no había llegado. Eso fue suficiente para alterar los colores de su sentida felicidad. El retraso se estiró lo suficiente hasta pasar por toda la gama de colores emocionales posibles. Las nubes se disiparon y el astro dorado habíase marchado a otras latitudes... (Ella esperaba). ...La luna se recostaba sobre finos hilos de estrellas, tiempo y espacio, era (como nosotros) una marioneta más de nuestra realidad atada con alambre. Ella esperaba. No soportó (su doblegado orgullo así lo dictaba) el desplante y se juró a sí misma no volver Nunca Jamás a aquel lugar donde otrora había esperado otras tantas veces a esa persona, donde había sido tan humillada. Pero antes de irse, cansada, con el estomago vacio porque no logró comer, decidió refrescarse en aquella fuente de agua, de aquella plaza que había aprendido a querer. “Mejor un baño”. Se metió al agua, mojó todo su cuerpo y la frescura era suya. Fue un espectáculo admirable el momento preciso que su cuerpo sacudía gotas de agua, mientras la luna iluminaba su sonrisa. Porque, no sé cuantos de ustedes lo saben, las palomas también sonríen.

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