sábado, 13 de marzo de 2010

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¿Cuántas historias hay? De vernos sin encontrarnos en la mirada. La cabeza en dirección contraria a los ojos que siguen al otro, pidiendo con verguenza, a gritos ¡MIRAME!
Sucede con frecuencia.
A veces sonreímos y a veces no.
Pero es lo último que nos queda cuando ya perdimos hasta la resistencia. Crédito ilimitado de momentos que pudieron haber sido, de alzar la vista y preguntarte a vos mism@, ¿Qué hago acá? Y tenemos la respuesta. Es un pulso que tratamos de mantener para seguir de pie, más vivos, menos muertos, al menos dignos.
Estoy seguro, ahora, de que lo peor del viaje es, siempre, irse.
Aunque no haya quien nos despida.
No queremos perdernos nada, ni el cielo, el sol, ni siquiera el quizás.
Estamos acá porque quisimos y nos vamos porque hay que seguir adelante, aunque eso implique volver sobre nuestros pasos para dejar todo atrás y seguir añorando.
Tenés que tirarte a la pileta y golpearte para sentirte real.
¿Cómo es eso de sentirse frágil e invencible? A veces no sabés qué ganaste, pero no sentís haber perdido nada y entonces queda suponer que empatarle a la vida (alguna vez) es un buen resultado.
Pero tenés que salir a ganar.

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